LA AUTENTICA NATURALEZA DE LA VIDA DEL HOMBRE – por Sri Sathya Sai Baba

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LA AUTENTICA NATURALEZA DE LA VIDA DEL HOMBRE

por Sri Sathya Sai Baba

Para un observador superficial, la vida del hombre aparece como un proceso interminable de comer y beber, fatiga y sueño. Sin embargo, verdaderamente la vida tiene un significado mucho más grande; una importancia mucho más profunda. La vida es un sacrificio; cada acto pequeño es una ofrenda a Dios. Si el día es empleado en acciones realizadas con este espíritu de entrega, ¿qué otra cosa puede ser el sueño, excepto Samadhi?

El hombre comete la gran falta de identificarse con el cuerpo. El ha acumulado una variedad de cosas para la conservación y comodidad del mismo. Aun cuando el cuerpo se vuelve débil y decrépito con la edad, él trata de sostenerlo por un medio u otro. ¿Pero por cuánto tiempo puede ser pospuesta la muerte? Cuando llega la orden del Dios de la muerte (Yama), uno tiene que partir. Ante la muerte, la posición, el orgullo y el poder, todos desaparecen. Al percatarse de esto, deben esforzarse día y noche, con pureza de cuerpo, mente y espíritu, por realizar el “Yo” más elevado, para el servicio de todos los seres vivientes. El cuerpo debe ser preservado como un vehículo para este servicio. Pero recuerden, no son este cuerpo, este cuerpo no puede ser ustedes. Así: “Tú eres Eso” (Tat Twam Asi). Esta es la más alta y más santa sentencia y verdad universal; ustedes son la indestructible Alma Suprema. Es por el amor de esa Alma Suprema (Atma Tatwa) que tienen este cuerpo y así, en la empresa para realizar al Dios Supremo (Parameswara) aquí y ahora, deben estar preparados para ofrecer este cuerpo en cualquier momento, como un sacrificio. Utilicen su autoridad sobre este cuerpo para fomentar el bienestar del mundo. Este cuerpo no es sino un instrumento, un implemento dado por Dios. Hagan que sirva para ese propósito.

Sin embargo, hasta la realización de este propósito para el cual fue dado el implemento, es deber de ustedes vigilarlo y protegerlo de daño e incapacidad. Durante el invierno se usan ropas de lana para resistir el rigor del frío. Pero cuando disminuye el frío, éstas se desechan. Así también, cuando ya no nos afectan en lo más mínimo los vientos fríos de la vida material, ya no es esencial el cuerpo material. Ya no se es consciente sino del cuerpo incorpóreo.

Cuando llegan las lluvias, la tierra y el cielo se confunden en la cortina del aguacero. Es en verdad una escena hermosamente inspiradora, una escena por la cual la misma creación está enseñando que se vuelvan Uno, al unísono con ella. Hay tres lecciones que pueden ser aprendidas: lo pasajero de las cosas creadas, el papel del hombre como el sirviente y Dios como el amo. Esta creación es como los implementos para el culto; el hombre es el adorador y Dios es el adorado. El juego llamado vida es jugado con éstos.

El hombre debe estar feliz de que el Ser Supremo haya colocado alrededor de él materiales cada vez más nuevos para que le sirva a El y ofrezca adoración de varias formas. Debe orar y agradecer por cada nueva oportunidad de servir que reciben sus manos. Esta actitud da inmensa alegría. Llevar una vida plena de esta alegría es verdadera bienaventuranza.

Cualquier cosa que se haga, del alba al ocaso, debe ser consagrada como si fuera adoración a Dios. Así como se tiene cuidado de cortar únicamente las flores frescas y de mantenerlas limpias e inmarcesibles, así también deberá hacerse un esfuerzo incesante para realizar acciones puras e inmaculadas.

Si cada día se mantiene esta visión ante los ojos de la mente y de esta manera se vive la vida, entonces llega a ser un largo e ininterrumpido servicio a Dios. El sentimiento de “yo” y “tú” desaparecerá pronto; toda huella del “yo” será destruida. Entonces la vida se transmuta en una vida totalmente dedicada a Dios (Hariparayanam). “Yo soy el servidor. Este mundo es la ofrenda y Dios es el Señor que es adorado”. Cuando se alcanza este nivel de pensamiento, sentimiento y acción, toda diferencia entre lo “mío” y lo “tuyo” desaparece.

Fuente: del libro Sobre el Amor (Prema Vahini, capítulo 4)