LA HISTORIA DE LA PASCUA – ¡JESÚS ES ELEVADO! – por el Padre Charles Ogada

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LA HISTORIA DE LA PASCUA – ¡JESÚS ES ELEVADO!
 
por el Padre Charles Ogada
 
En este convincente y poderoso ensayo, escrito especialmente para Heart to Heart, el Reverendo Padre Charles Ogada presenta un retrato dramático de los eventos de la Pascua de Resurrección hace 2000 años y relaciona de manera provocativa el significado de la Pascua con nuestro propio viaje espiritual.
 
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La Pascua es un festival de Iluminación. Es el día en que Jesús resucitó de la muerte. Era un domingo por la mañana, el día del Dios Sol. María Magdalena y otras mujeres habían ido a ver el sepulcro donde estaba enterrado Jesús. Pero para su horror y desconcierto se encontraron con una tumba vacía. Junto al sepulcro estaban dos ángeles que les dijeron, “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡Él no está aquí, ha resucitado!” (Lucas: 24:5) Este fue el gran punto de inflexión que transformó la historia de Jesús que parecía haber terminado con Su trágica muerte en la Cruz el viernes por la noche.
 
Entonces, la historia de la Pascua no es solo la historia de la resurrección de Jesús de la muerte, sino también la historia de cómo fue arrestado injustamente, juzgado, condenado y crucificado en la cruz debido a su defensa de la verdad y la justicia. Desde una perspectiva espiritual, la Pascua es la historia del ascenso de la humanidad a la Divinidad.
 
Es el dramático viaje espiritual que todos deben emprender para emanciparse de la esclavitud de la muerte y la ignorancia y entrar en la gloriosa luz de la Inmortalidad y el Autoconocimiento. De esta manera, la Pascua no es solo un evento pasado, sino el día en que nacemos de nuevo en la Iluminación.
 
La Entrada Triunfal
 
Jesús fue con sus discípulos al centro religioso de Jerusalén para la fiesta de la Pascua (Pesaj). Era una celebración importante que tenia lugar anualmente en conmemoración de la liberación de los judíos de la esclavitud en Egipto.Todos los varones mayores de doce años peregrinaban a Jerusalén para las fiestas. Cuando Jesús entró en la ciudad montado en un burro, la gente tendio telas y ramas en el camino para Él. Exclamaban con júbilo: “¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor, Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9). Esta alabanza contrasta marcadamente con su último clamor, “¡Crucificadlo!” y su opción para que un ladrón fuera liberado en lugar del Justo. Jesús permaneció igual, tanto en la alabanza como en la culpa.
 
Cuando ingresó en el templo de Jerusalén, vio que se sacrificaban palomas y otros seres vivos a Dios para agradarle. (Mateo 21:12) Los sacerdotes del templo se habían vuelto muy corruptos y centrados en el dinero. La casa de Dios se había convertido en un bazar y la religión se había comercializado. Jesús buscó poner fin a estas prácticas crueles y dañinas. Entró en el recinto del templo y echó fuera a todos los que compraban y vendían, y volcó las mesas de los cambistas. Esto enfureció a los sacerdotes y autoridades del templo y desde entonces buscaron la manera de eliminarlo.
 
La Última Cena
 
La fiesta judía de la Pascua tiene su punto focal en una comida especial. Jesús tuvo este ágape, que fue Su última cena, con sus discípulos cercanos antes de su muerte. Sólo Él conocía el significado de esta última noche. Así que se sentó cerca de sus discípulos alrededor de una mesa y derramó sobre ellos Su inmenso Amor. De una manera muy dramática y directa les dio la esencia de todo lo que les había estado enseñando.
Mientras estaban en la mesa, tomó pan, dio gracias, lo partió y se los ofreció diciendo: “Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Haced esto en memoria mía” (Lucas 22:19).También tomó una copa con un poco de vino e hizo lo mismo diciendo, “Esta es mi sangre”. Cuando Jesús dijo: “Este es mi cuerpo”, estaba enseñando a los discípulos la verdad de la Biblia y de todas las Escrituras: ‘Yo no soy este cuerpo, no me identifico con el cuerpo. (Deham Naham – No soy el cuerpo. ¿Koham? Soham – ¿Quién soy? Yo soy el Espiritu Divino) Porque no soy el cuerpo, lo descarto y lo entrego por ustedes. De la misma manera, debéis hacer lo mismo en mi memoria’. Deberían abandonar la conciencia del cuerpo. Este es un mandato divino.
 
Más allá de la conciencia corporal
 
Cuando decimos, “esta es mi vestimenta” significa que yo no soy esto. Cuando no soy eso, puedo sacrificarla por el bien de los demás. Esta es la lección que Swami a menudo nos exhorta ahora y que Jesús enseñó entonces. Mientras uno piense que es el cuerpo, el sacrificio no es posible. Sin sacrificio es imposible alcanzar la Divinidad absoluta. No deberíamos vernos a nosotros mismos como el cuerpo, sino como la esencia divina que mora en el templo del cuerpo. Una vez más, debemos reconocer y tratar todos los cuerpos como encarnaciones de la Divinidad.
 
En las palabras de nuestro amado Sathya Sai Baba, “cuando Jesús dijo que el pan era Su carne y el vino Su sangre, quiso decir que todos los seres vivos con carne y sangre deben ser tratados como Él mismo” (Discurso Divino, 25/12/1978).
 
La Unidad de la Vida
 
Anteriormente en Sus enseñanzas, Jesús les había dicho a sus discípulos que “todo lo que hacéis con alguno de estos, conmigo lo hacéis” (Mateo 25:40). Ver al mismo Dios en todos los seres es el verdadero espíritu del no dualismo. Esta verdad advaitica está contenida en dos versículos de la Biblia: “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14) y “Estad quietos y sabed que YO SOY” (Salmo 46:10). Es en la quietud que conocemos AQUELLO que es nuestra verdadera naturaleza: la existencia pura eterna, infinita, inmortal y absoluta, que mora en todos los seres. Esta quietud es el silencio de la tumba. Es la muerte, no del cuerpo físico sino de la mente. Es la aniquilación total del ego en la cruz del autosacrificio.
 
Después de que terminaron de comer, Jesús dramatizó frente a Sus discípulos cómo sacrificar el cuerpo renunciando a la identificación con el mismo. ¡Sacrificar el cuerpo significa desechar el cuerpo en el altar del servicio desinteresado! Para demostrar esto, Jesús tomó un recipiente con agua y una toalla alrededor de su cintura y comenzó a lavar los pies de Sus discípulos y secárselos con la toalla. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, Jesús respondió: “Como tu siervo, te lavo los pies para que aprendas a servir al mundo” (Juan 13:14). En el servicio desinteresado sacrificamos nuestros deseos, nuestra prosperidad, nuestras comodidades, nuestra seguridad y posiciones y las demandas de la carne para aliviar la miseria humana y servir a los desamparados y a los pobres. En esencia, Jesús estaba enseñando que el servicio desinteresado es la forma más fácil y efectiva de ir más allá de la conciencia del cuerpo y alcanzar la Divinidad.
 
Desde el aposento donde tuvo Su “Última Cena” con sus discípulos, Jesús fue directamente al jardín de Getsemaní con ellos (Mateo 26:36). En este lugar oró a su Padre con intensa agonía. “Su sudor era como gotas de sangre” (Lucas 22:44, Marcos 14:32). Oró al Padre: “Abba Padre, todo es posible para Ti. Por favor, aparta de mí esta copa de sufrimiento”. (Marcos 14:36, Mateo 26:39). Al mismo tiempo se sometió a la Voluntad de su Padre.
Usualmente pasamos por esta etapa de rechazo en nuestro viaje espiritual. Esto corresponde al abatimiento de Arjuna ante el campo de batalla de Kurukshetra. En este nivel nos hacemos las mismas preguntas: ¿Por qué yo? ¿Qué he hecho para merecer esta situación? ¡Quítame este sufrimiento! etc. Mucha gente nunca va más allá de este nivel. Normalmente lo que se rechaza retorna. Es como la ira o la emoción reprimida. Por lo general, se manifiesta de una forma diferente y, a veces, más peligrosa. Jesús nos está enseñando aquí que debemos ir más allá del rechazo y aceptar como Voluntad de Dios todo lo que nos sucede en nuestro camino hacia la Verdad.
 
Jesús demuestra aceptación de la Voluntad de Dios
 
La aceptación marca el comienzo de un proceso de transformación y purificación. Este es el nivel en el que aceptamos con alegría todo lo que nos sucede como la Voluntad de Dios y, por consiguiente, en última instancia, estamos obligados a trabajar para nuestro mayor bien. Jesús pasó por esta etapa cuando oró, “Que se haga Tu Voluntad, no la mía” (Marcos 14:36). Cuando aceptamos nuestra vida como una expresión de la Voluntad de Dios, los sufrimientos comienzan a tener un efecto refinador en nuestras almas. El empuje externo y los embates del Karma ahora nos impulsan hacia adentro y nos acercan a la calidez y el amor de nuestra Conciencia Crística interior.
 
Mientras Jesús oraba, invitó a sus discípulos a velar y orar con Él. Pero la fatiga y el cansancio del cuerpo no les permitieron cumplir con esto. Estaban pesados ​​de sueño. Jesús los reprendió por este comportamiento (Mateo 26:40).
 
Mientras tanto, los principales sacerdotes y los líderes se reunían en secreto en la residencia del sumo sacerdote Caifás para discutir cómo capturar a Jesús para darle muerte.Tentaron a Judas, uno de los discípulos amados de Jesús con 30 piezas de plata para que lo entregara en sus manos. Judas sucumbió a esta tentación y traicionó a su Maestro. La codicia por el dinero es un demonio que se apodera del hombre y le hace perder todo sentido de discriminación y aceptar sin escrúpulos las formas erróneas de satisfacerlo. Cada vez que optamos por la falsedad en lugar de la Verdad, traicionamos a Jesús una y otra vez.
 
El Arresto y el Juicio
 
Cuando Jesús salía del jardín, Judas apareció con la multitud armada con espadas y garrotes enviados por los principales sacerdotes para arrestarlo. Jesús se dirigió a su traidor como “amigo” y no ofreció resistencia cuando fue arrestado. Cuando esto sucedió, todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron (Mateo 26:56). ¡Cuántas veces abandonamos a Dios cuando el camino se pone difícil! La verdadera adoración radica en estar con Dios tanto en el dolor como en el placer y aceptar ambos con ecuanimidad.
 
Después de su arresto en Getsemaní, fue llevado por primera vez ante el ex sumo sacerdote Anás, quien realizó un examen preliminar al interrogar a Jesús sobre sus discípulos y enseñanzas (Juan 18:12-14). Luego fue llevado al palacio de Caifás, el director del Sanedrín, el más alto tribunal judío durante los períodos griego y romano.
 
Debido a los testimonios contradictorios presentados contra Jesús, Caifás los desechó y puso a Jesús bajo juramento para que dijera al tribunal si Él era “el Cristo, el Hijo de Dios” (Mateo 26: 63). La respuesta positiva de Jesús a esta pregunta hizo que Caifás rasgara su túnica y acusara a Jesús de blasfemia. Cuando esto sucedió, la tormenta se desató. Los guardias comenzaron a insultarlo y a golpearlo con los puños. Después de vendarle los ojos, lo abofetearon y le dijeron: “Profetízanos, Cristo, ¿quién te golpeó?” (Lucas 22:63-65). En todo esto, Jesús permaneció tranquilo y en silencio.
 
Dado que los romanos habían quitado al sanedrín el poder de la pena capital, se hacia necesario obtener una sentencia de muerte del gobernador. Incitaron a la gente común a pedir la muerte de Jesús. Le dijeron a Pilato, el quinto gobernador romano de Judea que Jesús estaba tratando de convertirse en rey y que debería ser castigado por traición. Cuando Jesús le explicó a Pilato la naturaleza de Su Reino diciendo: “Mi reino no es de este mundo”, Pilato anunció un veredicto de absolución (Juan 18:33-38). Este veredicto podría haber puesto fin al juicio, pero solo provocó tormentas de amargas acusaciones contra Jesús por instigación de los sacerdotes. Querían a Jesús muerto por todos los medios.
 
Pilato revisó el caso ante la gente queriendo probar la inocencia de Jesús. Les ofreció un compromiso en un esfuerzo por apaciguar su rabia y sed de sangre. Envió a Jesús a ser azotado antes de soltarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. Lo vistieron con una túnica púrpura y lo ridiculizaron diciendo, “¡Salve, Rey de los judíos!” y le hirieron en el rostro (Juan 19:1). Después de esta tortura, Jesús se encontraba en una situación patética. Entonces Pilato lo sacó ante las personas reunidas afuera para que lo soltaran, puesto que pensó que ya se había infligido suficiente castigo. Pero ellos clamaban aún más: “Crucifícalo, crucifícalo” (Juan 19:6). Pilato no quería condenar a muerte a Jesús. Ofreció otro compromiso. Era costumbre que se liberara a un prisionero con motivo de este festival. Cuando la multitud exigio este derecho consuetudinario, Pilato les ofreció elegir entre Barrabás, un notorio asesino y Jesús el Cristo. La gente gritaba por Barrabás, demandando que Jesús fuera crucificado (Lucas 21:18). Optaron por un asesino de la vida, en lugar del Dador y sustentador de la vida.
 
Cuando Pilato trató de salvar la vida de Jesús lo amenazaron diciendo que no era amigo del César, el emperador romano, si dejaba en libertad a Jesús “ya que cualquiera que dice ser rey se opone al César” (Juan 19:12). Esto hizo que Pilato tuviera mucho miedo. Finalmente cedió al deseo de la multitud y buscó absolverse de la culpa de la muerte de Cristo lavándose las manos públicamente. La masa aceptó la responsabilidad de la muerte de Jesús diciendo, “¡Que su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mateo 27:25). Mientras tanto, Pedro, la cabeza de los discípulos, había negado a Jesús tres veces como Jesús predijo que lo haría (Marcos 14:34). ¡Cuántas veces negamos a Dios cuando están en juego nuestros intereses egoístas! Uno debe estar preparado para sacrificar cualquier cosa por el bien de Dios y Su mensaje.
 
Crucifixión y Muerte
 
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, dentro del palacio, y reunieron un enjambre de soldados a su alrededor. Allí sometieron a Jesús a una tortura inhumana, una de las cuales fue su flagelación en un pilar. La flagelación con latigazos era un castigo común en la antigüedad. Después de esto, lo llevaron para crucificarlo. Jesús tuvo que arrastrar un pesado madero hecho de un árbol sobre sus hombros hasta el lugar de la crucifixión.
 
En este lugar llamado la Calavera (o Gólgota) que se encuentra en una colina fuera de la ciudad, Jesús fue despojado de sus vestiduras y clavado en su propia cruz junto con dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. En el camino al Gólgota cayó tres veces bajo el peso de la cruz. Una vez los soldados obligaron a un transeúnte, Simón de Cirene, a llevar la cruz cuando sospecharon que Jesús podía morir en el camino. Al pie de la cruz estaba María, la Madre de Jesús y otras mujeres que simpatizaban con Él (Juan 19:25). Uno solo puede imaginar la agonía de la Madre de Jesús al ver a su hijo tratado con tanta crueldad.
 
Jesús estuvo en la cruz por cerca de tres largas horas. Mientras colgaba de la cruz expresó su preocupación por Su madre (Juan 19:25). Oró por el perdón de los responsables de la crucifixión porque ‘no saben lo que hacen’ (Lucas 23:24). Prometió el Paraíso al criminal que fue crucificado con Él (Lucas 23:39-43). Los soldados echaron suertes sobre quién tomaría Su manto y lo desafiaron con desdén a escapar de la cruz si sus afirmaciones de ser el Hijo de Dios eran ciertas.
 
Era costumbre romper los huesos de los hombres crucificados para acelerar su muerte y retirar los cuerpos antes del día santo que seguía. Cuando los soldados se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya estaba muerto, así que no le quebraron las piernas. En cambio, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y del costado de Jesús brotó “sangre y agua” (Juan 19:33-35). Esto cumplió las profecías del Antiguo Testamento de que los huesos del Mesías no serían quebrantados y que su costado sería traspasado con una lanza (Éxodo, 12:46; Salmo 34:20; Zacarías 12:10).
 
A media tarde Jesús clamó a gran voz: “Padre, en Tus manos entrego mi Espíritu” y se fundió en el principio de la Divinidad (Lucas 23:46).
Inmediatamente despues de que Jesús se entregó al Padre, se nos dice que el Sol dejó de brillar (Lucas 23:45) y la cortina del Templo judío que separaba el Lugar Santísimo se rasgó en dos. Por lo tanto, la entrega de uno mismo rasga la cortina (ilusión) que nos separa de Dios. Cuando esto sucede, la iluminación del Sol autorrefulgente del Espiritu (Atman) extingue todas las demás luces que de él se derivan.
 
La Resurrección
 
El cuerpo de Jesús fue colocado en una tumba que pertenecía a José de Arimatea, miembro del Sanedrín. ¡Nadie se sorprendió más que los discípulos de Jesús cuando escucharon que el hombre que habían visto morir el viernes estaba caminando alrededor el domingo! (Mateo 28:2-15; Marcos 16:1-11; Lucas 24 1-12; Juan 20:1-18) Al principio les pareció una tontería histérica.
 
Pero cuando Jesús se les apareció en diversas ocasiones, no pudieron negarlo más.Tomás solo creyó después de haber puesto sus manos en las marcas de los clavos en el cuerpo de Jesús (Juan 20:24 -24). De hecho, la resurrección había transformado la tragedia de la crucifixión en un triunfo para toda la humanidad.
 
Gloria Espiritual de la Pascua
 
La Pascua es más que una fiesta de Iluminación. Es también una oración de Luz. Oramos a Cristo resucitado para que nos conduzca de lo irreal a lo Real, de las tinieblas a la Luz y de la muerte a la Inmortalidad. En este camino espiritual, Jesús nos hace una invitación a todos nosotros.
 
“Si alguno quiere ser Mi discípulo, debe negarse a sí mismo, tomar su cruz cada día y seguirme” (Lucas 9:23, Mateo 16:24, Lucas 14:27). En el camino de la emancipación espiritual, cada uno tiene que llevar su cruz. Es la cruz de la deuda kármica y las tendencias mundanas que yacen profundamente en diferentes niveles de nuestros estados consciente, subconsciente e inconsciente. Esta deuda tiene que ser compensada y las tendencias despejadas. Jesús nos dice la mejor manera de hacer esto: “Toma tu cruz y sigue al Maestro”. Entonces y sólo entonces podrás estar seguro de ganar la batalla de la vida. Nuestro amado Bhagavan nos da la misma receta: “¡Sigue al Maestro, Enfréntate al diablo, Lucha hasta el final, Termina el juego!”
 
El diablo aquí es la identificación con el cuerpo. Es la raíz de todas las penas y sufrimientos. ¡Es el pecado original de la teología cristiana! Tenemos que enfrentarnos a este demonio y dar el primer paso de gigante en nuestro ascenso espiritual.Tenemos que declarar la verdad con valentía: “Yo no soy el cuerpo, tampoco soy la mente. En consecuencia, no me afectan las dualidades del complejo cuerpo-mente. En este estado de ecuanimidad, debo seguir al Maestro”.
 
El maestro es la conciencia interior, el Sonido del Silencio o la Voz interior de Krishna sentado en el carro de Arjuna (el corazón del devoto) en el campo de batalla de Dharmakshetra (el camino de la Cruz). Cuando escuchamos y seguimos las instrucciones Divinas (el Gita) del Maestro (Cristo o Krishna), entonces la victoria es segura. Esa victoria es la Resurrección del Ser Inmortal en la vida encarnada.
 
Cuando el ego desaparece, entonces Dios resucita. Este es el significado de la Cruz, el corte del “yo” de lado a lado. Es la esencia del Cristianismo. La Cruz cristiana es un símbolo para la eliminación del ego. Sin la Cruz, la disolución del ego, no hay resurrección. Cuando elegimos seguir a Jesús en el camino de la Cruz, el camino espiritual de la muerte del ego, debemos estar listos para crucificar el viejo pequeño yo que vive de la ira, los celos, la codicia, el odio y el apego al cuerpo y elevarnos a nuestro glorioso Ser inmortal de Verdad, Amor, Paz y Recta Conducta.
 
Fuente: Publicado por Radio Sai, Heart to Heart Team, 2006.